Un Millón y el Silencio

No juego para ganar. Juego porque a las 3 a.m., cuando la ciudad duerme y la última carta gira, aún hay un pulso: un silencio que recuerda lo que significa ser humano. Mi madre era de Jamaica; mi padre, inglés. Bailamos ritmos distintos: ella cantaba samba los domingos; él susurraba filosofía con té. Crecí entre mundos—no eligiendo uno, sino aprendiendo a sostener ambos.

La mesa de casino no está trucada con luces o mentiras. Está iluminada por RNG: justicia aleatoria. Cada giro late como un latido en una habitación vacía. He visto jugadores perseguir rachas: cinco victorias seguidas, luego silencio. Publican fotos como oraciones: ‘Gracias por dejarme sentir menos solo.’ Pero nadie lo dice en voz alta.

El verdadero bono no es dinero. Es el instante antes de hacer clic en ‘añadir’, cuando dejas de perseguir tendencias y simplemente observas: la rueda gira otra vez… en silencio, como si esperaras que alguien más diga: ‘Yo también.’

Esto no es juego. Es poesía escrita con números.